Distancia: 4535 m
Duración: una hora y media
Comienzo: La Llorea
Final: playa de La Ñora
Enlace otras sendas: sí
Recorrido: a pie
Accesibilidad: no
Duración: una hora y media
Comienzo: La Llorea
Final: playa de La Ñora
Enlace otras sendas: sí
Recorrido: a pie
Accesibilidad: no
La senda del río La Ñora discurre en su mayor parte por las frondosas y profundas riberas de este curso fluvial, que a lo largo de nuestro trayecto hace de frontera entre los concejos de Gijón/Xixón y Villaviciosa. El río está situado entre las parroquias de Cabueñes y Somió, a un lado, y de Quintueles, al otro, llegando a sus orillas desde La Llorea, en Deva. Su topónimo parece hacer referencia a la ñora o presa que recoge el agua que va al molino, molinos que veremos en nuestro recorrido, con les canales que llevaban estas aguas, ingenios hidráulicos transformados para nuevos usos, pues hace ya tiempo que nadie baja a moler desde las aldeas de los alrededores. La senda acaba, o comienza, pues como en todos los demás casos es factible realizarla en cualquier sentido, en la playa La Ñora.
Nosotros, en este caso, iniciaremos el camino en el Campo de Golf de La Llorea, cuya entrada está presidida por dos inmensos eucaliptos, posiblemente plantados a principios del siglo XX. El campo de golf está ubicado en las antiguas instalaciones de la Granja Lloreda, vinculada en su origen a la Universidad Laboral. Al lugar podemos llegar por la carretera N-632 después de subir l’altu l’Infanzón, que contemplamos desde el mismo inicio de la senda, donde un mapa nos muestra el itinerario
a seguir. Las primeras señales indicadoras se localizan al lado del aparcamiento, muy cerca del restaurante y la cafetería, próximas también a los hoyos del campo. Más al sur, nuestra vista abarca las tierras de La Olla y el monte Deva. Justo antes de abandonar la vista del campo de golf, vemos dentro de este, a nuestra derecha, un gran roble; se trata de un carbayu de tamaño parecido a los que podemos ver en la iglesia de Deva y que nos da una idea sobre los ejemplares que debió de haber antaño en esta zona. La senda baja por esta ladera a la profunda riega formada por el río La Llorea, que quizás aún no podamos ver al estar oculto por la vegetación: nos adentramos en una preciosa galería de árboles, que no abandonaremos ya hasta llegar a nuestro destino final, en la playa de La Ñora. Enseguida empezaremos a oír el sonido del agua del río, pues aunque no es muy caudaloso, la pronunciada pendiente hace que baje con fuerza desde su nacimiento. El río nace en Teyero (estribaciones
septentrionales del monte Deva) y, tras atravesar La Olla, pasa bajo la carretera por el puente Hilario para ir a desembocar al río La Ñora, al pie
de La Llorea, señalando en esta parte la divisoria de Deva y Cabueñes. A Cabueñes pertenecen las casas y terrenos que vemos en la ladera de enfrente, cerca de La Rasa y El Tasqueru, donde una vieja chimenea señala el emplazamiento de una antigua teyera o fábrica de cerámica y ladrillos. En esta bajada, la vegetación está dominada por un bosque joven de carbayos entremezclados con abedules: se trata de una futura carbayera en formación. Este bosque se encuentra cerrado por numerosos y tupidos matorrales que ofrecen un espléndido cobijo a diferentes especies animales, y este es el único lugar de todo el recorrido donde podremos verlas. Corzos, ginetas, martas, jabalíes, mirlos, camachuelos, y muchos otros animales hallan en este bosque no solo refugio, sino también alimento. Si nos detenemos a observar en las zonas con algo de barro, podremos descubrir el paso de algunos cuadrúpedos, entre los que destaca el jabalí.
Nosotros, en este caso, iniciaremos el camino en el Campo de Golf de La Llorea, cuya entrada está presidida por dos inmensos eucaliptos, posiblemente plantados a principios del siglo XX. El campo de golf está ubicado en las antiguas instalaciones de la Granja Lloreda, vinculada en su origen a la Universidad Laboral. Al lugar podemos llegar por la carretera N-632 después de subir l’altu l’Infanzón, que contemplamos desde el mismo inicio de la senda, donde un mapa nos muestra el itinerario
a seguir. Las primeras señales indicadoras se localizan al lado del aparcamiento, muy cerca del restaurante y la cafetería, próximas también a los hoyos del campo. Más al sur, nuestra vista abarca las tierras de La Olla y el monte Deva. Justo antes de abandonar la vista del campo de golf, vemos dentro de este, a nuestra derecha, un gran roble; se trata de un carbayu de tamaño parecido a los que podemos ver en la iglesia de Deva y que nos da una idea sobre los ejemplares que debió de haber antaño en esta zona. La senda baja por esta ladera a la profunda riega formada por el río La Llorea, que quizás aún no podamos ver al estar oculto por la vegetación: nos adentramos en una preciosa galería de árboles, que no abandonaremos ya hasta llegar a nuestro destino final, en la playa de La Ñora. Enseguida empezaremos a oír el sonido del agua del río, pues aunque no es muy caudaloso, la pronunciada pendiente hace que baje con fuerza desde su nacimiento. El río nace en Teyero (estribaciones
septentrionales del monte Deva) y, tras atravesar La Olla, pasa bajo la carretera por el puente Hilario para ir a desembocar al río La Ñora, al pie
de La Llorea, señalando en esta parte la divisoria de Deva y Cabueñes. A Cabueñes pertenecen las casas y terrenos que vemos en la ladera de enfrente, cerca de La Rasa y El Tasqueru, donde una vieja chimenea señala el emplazamiento de una antigua teyera o fábrica de cerámica y ladrillos. En esta bajada, la vegetación está dominada por un bosque joven de carbayos entremezclados con abedules: se trata de una futura carbayera en formación. Este bosque se encuentra cerrado por numerosos y tupidos matorrales que ofrecen un espléndido cobijo a diferentes especies animales, y este es el único lugar de todo el recorrido donde podremos verlas. Corzos, ginetas, martas, jabalíes, mirlos, camachuelos, y muchos otros animales hallan en este bosque no solo refugio, sino también alimento. Si nos detenemos a observar en las zonas con algo de barro, podremos descubrir el paso de algunos cuadrúpedos, entre los que destaca el jabalí.
En estos ríos, había también cangrejos de río autóctonos (Austropotamobius pallipes), un pequeño cangrejo de color verde con el cuerpo alargado. Fue muy abundante, y entre los años setenta y ochenta del pasado siglo llegaron a capturarse varios miles de toneladas anuales. La introducción del cangrejo americano y la llegada, junto a él, de la afanomicosis (enfermedad a la que el cangrejo autóctono de río es muy sensible) diezmaron sus poblaciones en toda la península, desapareciendo de muchos ríos, como sucedió en el río La Ñora. En Asturias este cangrejo aún habita en ríos muy limpios y, a veces, en zonas aisladas a las que el cangrejo americano no ha conseguido llegar.
Caminando por terrenos llanos y ribereños, pasaremos junto al solar del que fue el molín de Máximo’l Corollu, actualmente vivienda en medio de una finca soleyera, pese a estar en lo profundo de este estrecho valle, justo en el
lugar donde vierte sus aguas al río también la riega La Corolla, nombre del
barrio de Quintueles en el que nace, y que dio el sobrenombre al antiguo dueño del molín. La ruta, bien señalizada, no tiene pérdida. Hemos de seguir siempre la corriente, aunque nos encontremos cruces con caminos y pistas que comunican con las casas y fincas situadas más arriba. Los parajes
son muy frondosos, en ocasiones hasta sombriegos; la luz se filtra entre las ramas de la vegetación
autóctona y las plantaciones de eucaliptos, que caracterizan el paisaje de las laderas. Puentes de madera nos hacen pasar hacia una u otra orilla, caminando en la frontera entre concejos; las señales que confirman el trayecto se alternan con placas explicativas de la fauna de estos parajes, colocadas normalmente en alguna peña o roca. Esta umbría y estos suelos frescos son apropiados para otras dos plantas relativamente habituales, una de ellas presente durante todo el año, el rusco, mientras que la otra, la primavera, es característica de esas fechas.
barrio de Quintueles en el que nace, y que dio el sobrenombre al antiguo dueño del molín. La ruta, bien señalizada, no tiene pérdida. Hemos de seguir siempre la corriente, aunque nos encontremos cruces con caminos y pistas que comunican con las casas y fincas situadas más arriba. Los parajes
son muy frondosos, en ocasiones hasta sombriegos; la luz se filtra entre las ramas de la vegetación
autóctona y las plantaciones de eucaliptos, que caracterizan el paisaje de las laderas. Puentes de madera nos hacen pasar hacia una u otra orilla, caminando en la frontera entre concejos; las señales que confirman el trayecto se alternan con placas explicativas de la fauna de estos parajes, colocadas normalmente en alguna peña o roca. Esta umbría y estos suelos frescos son apropiados para otras dos plantas relativamente habituales, una de ellas presente durante todo el año, el rusco, mientras que la otra, la primavera, es característica de esas fechas.